¿Por qué creemos en lo que creemos? ¿Por qué necesitamos una explicación, por increíble que sea, sobre el sentido de la vida? El ser humano ha buscado durante siglos respuestas a preguntas filosóficas pero no siempre ha aceptado el resultado.
Tras muchos años de investigación científica y de labor filosófica todavía quedan muchas preguntas por contestar. Aún así, no somos capaces de quedarnos con la incertidumbre y encontramos respuestas en suposiciones, especulaciones o historias creadas por el ser humano que no se basan en ningún tipo de ciencia.
Nuestro cerebro tiende a buscar respuestas y no quiere dejar el cajón, de esa pregunta, vacío. Sea para entender algo o para explicarlo: una conducta, un hecho, una creencia…
Además de esto se enfocará en elegir aquellos argumentos que se adapten más al resto de creencias y conocimientos. Se dejará llevar por el sesgo de confirmación y elegirá la información que refuerce todo aquello en lo que ya cree o lo que ya sabe.
Relaciones entre las pseudociencias y la fe
Es enriquecedor para una misma reflexionar sobre nuestra mente para poder entender por qué creemos, o más bien, por qué necesitamos creer en pseudociencias o en algún tipo de fe religiosa.
Recuerdemos a Charles Darwin con su Teoría de la Evolución, que por aquel entonces creó mucho debate y alboroto por echar abajo la teoría religiosa de “Adán y Eva” como inicio de la especie humana, poniendo en duda toda religión -no solo la cristiana- en la que se hubiera explicado el inicio de nuestra especie de una forma diferente. No quiero poner énfasis en la religión, si no más bien en lo que a Charles Darwin dicen que le ocurrió en sus últimos días de vida.
Comparto esto porque no sólo ocurrió con Charles Darwin si no con muchos otros, grandes filósofos o personajes famosos, como José Saramago.
Después de la muerte de estas personas muchas otras trabajaron para desmontar y ensuciar su recuerdo y sus creencias, o más bien su falta de creencias religiosas.
En el caso concreto de Darwin se encuentra información falsa sobre que antes de morir se convirtió al cristianismo. Se creó bastante controversia con este asunto. Si nos guiamos por su familia y sus allegadas/os esto no ha sido cierto, no se convirtió, no obstante es una noticia morbosa que ha interesado difundir aún siendo falsa.
En el caso de José Saramago cuando este falleció se desató una respuesta del Vaticano , juzgando a toda su persona por ser ateo, de forma denigrante.
Son ejemplos de lo que le ha sucedido a personas por no ser creyente de una religión, después de fallecer.
Te invito a reflexionar sobre la utilidad de la fe y las creencias religiosas. Porque sí, puede que hasta la persona más atea, o agnóstica, se aferre a la fé, se convierta o confíe en cualquier creencia en momentos en los que esta creencia le alivie el dolor, la culpa, la angustia o cualquier otro padecimiento insufrible. No pasa nada, forma parte de todas/os.
Muchas otras personas no creen en Dios y sin embargo se preguntan por el sentido de la vida, sobre el destino… y no podemos deshacernos de esa curiosidad innata, que forma parte de nuestra mente.
Podemos ser ateas, agnósticas… pero creer en otras teorías sin ciencia o pruebas. En supersticiones, en la energía, en el destino, en que hay vida más allá de la muerte, o que somos energía en continua transformación.
Cuando algo nos sale mal decimos que tenemos mala suerte, cuando una persona es feliz le llamamos afortunada.
Esto ocurre en la mayoría de los casos, creas o no en Dios, le des las gracias a él o a nada ni nadie, lo haces.
Generamos pensamientos basados en la fe religiosa o en creencias
Jesse Bering en su libro “El instinto de creer” nos cuenta que
“…ciertas conclusiones recientes de las ciencias cognitivas sugieren que, al igual que aparece un lenguaje rudimentario, seguramente al menos en cierta forma de fe y conducta religiosa aparecería espontáneamente en una isla desierta no contaminada por la transmisión cultural, en especial aquellas creencias relativas a fines y orígines.”
Jesse Bering
Y explica:
“Apuntalar ideas basadas en la finalidad es lo que se denomina ‘razonamiento teleofuncional’, y que suena más complicado de lo que realmente es.[…] es solo una florida expresión filosófica que hace referencia a la idea de que algo existe para un fin preconcebido, en vez de ser únicamente un producto de ciertos procesos físicos, naturales, y , por tanto, carente de función.”
Jesse Bering
Este tipo de razonamiento teleofuncional parece cobrar fuerza sobre los 8 años de edad.
Una acción verbal muy ligada a este tema que transmitimos las/os adultas/os se presenta con la pregunta a los/as niñas/os de “qué quieres ser de mayor” como una finalidad de la vida, no como un proceso, solo con la utilidad de poder llegar a realizar una función en la vida.
El destino, el sentido de la vida… todo eso nos importa porque le importa a nuestro cerebro ya que el vacío le molesta.
Es útil cuestionar por qué creemos en lo que creemos pero quizás también te sirva hoy saber que quizás el sentido de la vida sea darle a la vida sentido.